martes, 14 de febrero de 2012 | By: Crócale

Volver a empezar.

Se levantó de la cama, posó el libro que (no) estaba leyendo encima del álbum de fotos; y fue caminando lentamente hacia la puerta, parándose unos segundos para tomar aire. Le costaba admitir que, después de tantos años, alguien consiguiese formar en su interior sentimientos tan contrarios y opuestos; pero, a la vez, tan iguales y necesarios entre ellos como el aire para quien respira.

Años atrás, muy lejos de allí, se enamoró perdidamente de alguien que la llevó por el camino de la amargura. Agonía eterna. Ella creyó, durante mucho tiempo, que las cosas cambiarían. Nunca cambiaron y tuvo que irse. No huyó, pero necesitaba otro escenario, otros planetas, otra gente para volver a recuperar la confianza en el mundo y, lo que era aún más importante, en sí misma.

Respiró hondo y abrió la puerta. Él estaba allí, inmóvil, ajeno a tantas cosas que aún tendría que descubrir.

Para ella, la frialdad terminaba ahí. Y eso, era más importante que una declaración de amor eterna porque había recuperado la capacidad de sentir.

domingo, 12 de febrero de 2012 | By: Crócale

Sirenas.

La ciudad baila al son de las sirenas,
el olor a orín se queda grabado,
y en tu sentido del olfato se escucha un grito de socorro.

Antes usabas dicho sentido para evitar el dolor,
pero ya eres mayor y se van perdiendo facultades,
ya no detectas a las Matahari de cartón,
ni a las cortesanas de la Nueva Era.

Te ciegan, te nublan, te pierden
y todo para olvidar que es la ciudad
la que baila entre sirenas
y no tu cuerpo etílico en la noche eterna.

Cubriste de sangre mi cama.

Añoro esas tardes de inspiración,
cuando la propia vida era capaz de salvarme,
cuando las noches gritaban poesía
y tus ojos, reflejados en el agua, me miraban.

Ahora, amor, noto tu distancia.
Ahora, desamor, destrózame con tu alma;
porque ya no quedan alas,
ya no quedan manchas de latidos en la almohada.